sábado, 17 de octubre de 2020

SOLEDAD CAPÍTULO 19

Moreno caminaba por la playa como todos los días, pero éste no era un día más del calendario. Cuarenta años se cumplían esperando el regreso de su amada Elizabeth. A pesar de las décadas de soledad no perdía la esperanza de que algún día apareciera ella en la playa como aquella vez que la conoció. Mientras pasaban las horas su ánimo iba decayendo, se recostó en las rocas a descansar, el sol en lo alto pegaba fuerte y a su edad no podía estar mucho al sol, como en otras épocas.
Sudaba como si estuviera en esos baños turcos que conoció allá por el treinta y nueve (1939), ya hacía varias horas que apostado detrás de la duna espiaba los movimientos de los forajidos. Eran un grupo de marroquíes y sirios, ladrones y homicidas que asolaban las caravanas extranjeras. El León aguardaba pacientemente bajo el sol, sus hombres le seguirían al mismísimo infierno y el calor de ese día parecía una antesala a esa promesa.
Los alfanjes y espadas embutidas en trapos y cueros de camello para que no rechinaran y alertaran a los vándalos. Algunos estaban sedientos de sangre, se los veía acariciar la empuñadura de sus armas. Moreno nada podía hacer al respecto, sus hombres eran crueles por una cuestión de supervivencia, no por placer. Querían terminar pronto con ellos, les daba rabia ver las masacres en los caminos, cuerpos de mujeres y niños para pasto de los carroñeros. Ellos eran jueces y verdugos.
Esta vez el ataque sería distinto, el sol calentaba tanto el acero que los ladrones no podrían tomar sus armas sin sentir la mordida extrema del fuego solar. Moreno no quería esta batalla, estaba harto de la guerra. Pero debía proteger a su gente y a los inocentes que anduvieran los caminos, era la ley que había impuesto en su tribu.
A su voz atacaron asimétricamente, el frente derecho más adelantado, el frente izquierdo retrasado, paralelamente los flancos y él por el centro con su guardia personal, los más fieros guerreros de la aldea. Portaban cimitarras tan pesadas que debían tomarlas con las dos manos, de un solo tajo podían partir a tres personas.
Los frentes arremetieron con lanzas de madera, creando escaramuzas en las filas enemigas que les costó un tiempo darse cuenta que eran atacados. Moreno por el centro azuzando a sus hombres y buscando al líder de la banda. Los flancos rodearon creando una pinza que los envolvió y encerró a su suerte. El león empachado de sangre, fue a por el criminal que asolaba estos parajes olvidados del mundo. Los guerreros dieron cuenta en seguida con los enemigos, la batalla duró menos de cinco minutos, los veinte que sobrevivieron al rendirse fueron prontamente maniatados y arrodillados en la quemante arena esperando el mando del León. Éste tenía enfrente al cabecilla del grupo, con un gesto le indicó si fortuna. El hombre estiró sus manos y sin mediar palabra Moreno las cercenó por las muñecas de un solo golpe de su cimitarra. Mientras limpiaba la sangre del acero ordenó la ejecución del resto.
Horas después los cuerpos aún seguían goteando sangre, empalados en la arena para comida de los buitres y recordatorio a los forajidos cuál sería su fin en esas tierras, mientras su jefe arrodillado ante ellos sollozaba esperando la muerte.
El viejo se despertó de la pesadilla de sangre y acero, el sol le daba en el rostro quemándolo. Las rocas ya no eran refugio del aquel sol del infierno. Se puso su sombrero de paja y suspirando la soledad volvió despacio a la choza.

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