sábado, 17 de octubre de 2020

EL FARO CAPÍTULO 20

La luna llena le iluminaba el cuerpo como una fantasmagórica silueta. Casi podría decirse que era un fantasma real, arrastraba los pies con el cansancio de quien tiene el alma atormentada por el pasado. Moreno pensaba en que era hora de terminar todo, dejar ir su vida en el mar, dejar de sufrir y pensar en lo que no podía tener. Amaba tanto a Elizabeth que le dolía el pecho cada vez que pensaba en ella y eso le pasaba varias veces al día. Era una historia inconclusa que comenzó cuarenta años atrás, pero para él solo habían transcurrido unas horas, así le dolía, como si hubiera sido ayer. Aún tenía fresca en su memoria a pesar de las décadas pasadas el perfume de su pelo largo y ondulado. El sonido de su piel al ser acariciada por las manos callosas de ese pescador que ahora vivía solo de recuerdos vacíos.
Caminó varios minutos por la playa pensando en ella y como sería su fin, pensaba que por fin se encontrarían los dos. Luego de tantos años sin saber algo de ella, se imaginaba que ya no existiría, porque de existir, su amor le haría regresar, ese amor que se prometieron antes de separarse por esas jugadas del destino.
Se sentó en una roca que las olas del mar acariciaban suavemente con el murmullo de los amantes. La obscuridad le envolvía, pero se podía ver el reflejo de la luna en sus ojos verdes brillantes. Las lágrimas empañaron su cara y salieron al encuentro del mar, mezclándose sin saber quien fue primero.
Moreno puso los brazos en su pecho en mudo abrazo reclamando la presencia de su amor a gritos silenciosos que solo sonaron en su mente. No podía ser que su historia terminara así, solo, abandonado en una cruda verdad que el misterio de la ausencia de esa mujer lo dejó muerto en vida tantos años.
Pensaba en ese momento sobre quien cuidaría el Faro que con tanto amor lo mantuvo indemne a los tiempos como la pasión que por ella tenía. La luz que de noche guiaba a los marinos a puerto seguro, era la propia esperanza que él tenía, de que lo encontrara por fin y fueran uno solo.
Pero jamás había sucedido. Noches en vela, apoyado sobre el balcón mirando el mar, con la consciencia anestesiada de tanto esperar. Y ya con casi sesenta años perdió la esperanza.
Se lavó la cara en las olas que suavemente venían a consolarlo con su fresco arrullo y encaró a su choza de la playa. Se acostó una vez más en su catrera rodeado de tesoros marinos rescatados de las tormentas y soñó con el desierto, las dunas y un perro que corriendo por la playa ladraba feliz seguido por su dueña.
La mañana lo despertó y se levantó como todos los días, desayuno un té de frutas con un pedazo de pan y luego caminó hasta el Faro, para dejar todo listo, por si ella volvía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario