miércoles, 11 de julio de 2018

12 SUEÑO ETERNO


Nunca se había sentido como en ese momento, estaba abatido, cansado de luchar. Tanta sangre le había empapado el alma, sentía que su espíritu se obscurecía, cada golpe que daba con su alfanje le alejaba aún más de Elizabeth. Solo podía recordar los pocos momentos juntos y cada vez se hacían más borrosos. Como si fuera el recuerdo de un fantasma. Eran sombras en su alma entristecida. Aunque estaba rodeado de sus guerreros y la gente de su aldea que le amaban más que a sus propios hijos, él se sentía solo. La soledad de las dunas le atrapaba, solía irse por varios días al desierto a meditar. Mientras un fuego ardía a sus pies miraba las estrellas soñando que ella estuviera viendo también en ese momento el cielo. Le hablaba, le relataba las historias que vivía, sus peleas y de sus amor. Hablaba desde el corazón, ese que apenas sentía latir dentro de su pecho plagado de cicatrices, por dentro y por fuera.
En su pequeña tienda se recostaba para dormir y soñaba con el faro, con Elizabeth y con Dago. Los tres corrían por la playa felices, las risas inundaban el aire. Las gaviotas remontaban vuelo a su paso, la arena se metía entre sus ropas. Se bañaban en el mar, en unos pozones alejado de las miradas del poblado. Y ahí renacía el amor.
Moreno lloraba cada vez que despertaba, las lágrimas de abandono y recuerdos inundaban su cara. Deseaba tener un último sueño eterno y no despertarse jamás. Tal así era el deseo y la necesidad de estar junto a Elizabeth, ella nunca sabría lo que sentía. Hasta que llegara el momento que se reunieran, pero él no lo sabía. Un prado de flores y estrellas donde un perro corría gustoso y feliz.