sábado, 17 de octubre de 2020

LA MUJER DE SUS SUEÑOS CAPÍTULO 26

Moreno estaba sentado en la escollera, sus piernas colgaban y las olas mojaban sus pies rítmicamente. Pensaba en ella, siempre pensaba en ella. Su cara se transformaba al soñar con su Elizabeth.
Esperaba con ansias las noches, porque era en dónde ella se aparecía, en esos sueños tan vívidos que al despertarse aún sentía su perfume en el aire y en sus manos casi podía sentir todavía la calidez de sus cabellos largos y ondulados.
No existía Moreno sin ella y aunque ella no lo supiera, cada minuto de su vida estaba destinada a amarla.
La sombra del faro, viejo y abandonado parecía mirarlo con tristeza, su amor tan lejos y cerca estaba, que todos los caminos siempre lo llevarían hacia ella, aunque le llevara toda su vida alcanzarla, pero no se puede ignorar el destino y ese era estar juntos en esta vida y en la eternidad. Porque así era su amor, tan tierno y sereno, solo decir su nombre le llenaba de paz. El viento oía su llamado y le envolvía en susurros, aquellos que su amor atemporal aún le seguía enviando. Miles de besos que flotando en el aire le abrigaban del anochecer frío y solitario.
Apoyado en las rocas estaba el viejo Moreno, soñando con una mujer de cabello largo ondulado, castaño tirando a rojizo. Sus manos blancas y delicadas le acariciaban el rostro. El cuerpo se estremece ante esas caricias que le llegaban al alma. Su cuerpo de guerrero mancillado por el tiempo, pero dentro de él aún vivía Asad, ahí estaba con toda su valentía.
Se despertó cuando las olas más atrevidas comenzaron a mojar su pantalón, se fijó si había picado algo en su caña de pescar que estaba enterrada en la arena. Con pasos lentos caminó hasta el faro. Las sombras se hacían cada vez más largas. Sacó una llave y abrió la puerta de entrada. La arena y las telarañas seguían en el mismo lugar, como para recordarle toda la soledad que había en ellos. En el faro y en él.
Subiendo la escalera iba acariciando con la mano esos ladrillos tan viejos como él mismo. Cada centímetro recorrido tenía impregnado su olor, cerraba los ojos un segundo y la podía ver a ella riendo.
Comenzó a seguirla y también se reía. Le dejó ganar la carrera solo para ver su hermosa figura contonearse con cada peldaño. Llegaron a la cima, la luz del faro giraba iluminando todo el lugar. Él la abrazó por detrás y besó su cuello. Elizabeth se recostó en su pecho y suspiró. Nada podía ser más hermoso que ese momento. Se quedaron así un buen rato. Hasta que abrieron la puerta que daba al balcón del faro, era la parte más alta. La vista era impresionante. Se veían las luces del pueblo y la de algunos barcos pesqueros volviendo a puerto. Cada tantos segundos la luz les daba de lleno y el cabello de la mujer se iluminaba como las luces de navidad. Moreno le miraba embelesado. Ella se apoyó en la baranda y su pelo flotó en la brisa marina. Se dio vuelta y cuando el muchacho se acercó le tomó del rostro con sus manos.
-Te amo -¿Lo sabías? –le preguntó ella mientras largaba una risita de felicidad.
Moreno la miró largo rato, explorando esos ojos interminablemente hermosos.
-Sí, lo sé. Desde siempre lo supe –le dijo él seriamente. Pero al final también rió.
Se abrazaron y se estremecieron. Se rieron sin saber porqué. Pero el amor que sentían era embriagadoramente superior a cualquier otro sentimiento que alguna vez pudieron sentir.
Es el encuentro de dos almas que se unen para volver a ser una sola.
Mientras están unidos se preguntan que pasará mañana. Si esta luz del faro que los ilumina los guiará siempre. Y si este es el camino prometido, el camino que se llama destino.
El viejo se despertó de su ensueño. La luz del faro hacía años se había apagado, miró a su alrededor y la arena llenaba el lugar con su brillo particular. La baranda del balcón desvencijada por el paso de los años y los ventanales rotos. El faro estaba muerto.
Bajó las escaleras lentamente con el peso de la tristeza en su espalda. Cerró con llave la puerta y se fue sin mirar hacia atrás ni una vez.
Recogió la caña y al pez que estaba enganchado hacía horas. Lo limpió y guardó en la cesta. Se fue a su cabaña mientras las lágrimas corrían lentamente por sus mejillas marcadas por la espera.

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