viernes, 2 de marzo de 2018

9 ENEIDA

Se acostó a dormir y soñó con el mar. Podía sentir como las olas mojaban sus pies, los dedos de los pies llenos de arena y la sonrisa llenaba su cara. Hacía mucho tiempo atrás había dejado la tristeza, solo tenía un dejo de desesperanza. La de no poder ver más allá de lo que hubiera deseado. Esa playa era casi solitaria, solo se podía ver a veces algún pescador que intentaba llevar algo a su mesa. Era un lugar con muchas rocas y por eso la pesca no era buena. El siempre caminaba por ahí, se sentía en paz. Pero siempre estaba solo.
Una tarde estaba sentado en la arena disfrutando el sol y la brisa en la cara cuando la voz inconfundible de una mujer cantando llegó a sus oídos. Era la voz más linda que había escuchado y eso que él tenía buen oído para eso. Miró en la dirección del sonido, para escuchar mejor, se sintió embelesado y pensó que solo un ángel podía cantar así.
Una mujer con un vestido de verano floreado apareció detrás de unas rocas, se sentó en una de ellas y siguió con el canto. No se atrevió a interrumpirla, creyó entender que cantaba en gaélico, claro que no podía entender la letra, pero sintió que hablaba sobre el amor y un viaje a tierras desconocidas. El son de esa voz le arrulló como una canción de cuna, sintió como las notas le acariciaban el corazón. No pudo evitar que las lágrimas de emoción inundaran su rostro.
Cuando la mujer se percató que tenía auditorio dejó de cantar, el hombre paró de llorar y sonrió. Cuando ella se acercó a él, pensó que quizá que la había incomodado con su presencia. Pero no era así. Ella le saludó y se sentó a su lado.
—Me llamo Eneida —le dijo sonriendo.
—Yo soy Moreno —contestó él enjugándose la última lágrima.
—Le pido disculpas si le entristeció mi canción.
—Al contrario, me gustó mucho.
—No soy de aquí, estoy de paso.
—Yo también —contesta Moreno.
—Vengo a esta playa porque es casi desierta y me gusta cantarle al mar.
La mujer jugaba con su pelo largo ondulado. Era hermosa y parecía que hasta las olas lo sabían, querían acariciar sus pies una y otra vez. Moreno no sabía que decir, la canción rondaba en su mente, recuerdos de un ayer que atormentaban su corazón duro por el tiempo.
— ¿Sabes quién soy? —le pregunta después de un largo rato en silencio mirándolo fijamente.
—Sí. —contesta sin mirarla.
— ¿Tienes miedo?
— ¿Vienes a llevarme? —pregunta sin emoción en su voz mientras levanta un puñado de arena con su mano.
—No. No es tu tiempo aún, todavía no has encontrado tu destino.
La arena se escurría de entre sus dedos lentamente, como la vida hace con nosotros. Moreno se levanta, toma su bastón y camina hasta la orilla del mar. La mujer comienza a cantar nuevamente. El mar le habla, le cuenta de sus viajes, le recuerdan quien fue y quien es ahora. Un viejo dolorido por el pasado, solitario, esperando el regreso de ella. El viejo puede entender el canto, habla de sus batallas, de su amor, de Elizabeth. Se va caminando sin mirar atrás. El canto casi hipnótico seguía en su mente.

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