domingo, 19 de noviembre de 2017

EL BOTE 6

Sus manos suaves acariciaban la madera, cada surco, mella y grieta era una historia vivida en el mar. El bote estaba semi enterrado en la arena, un par de sogas viejas y secas colgaban de un costado, como si fueran estalactitas, lágrimas congeladas en el tiempo por la sequedad de la arena y la sal del aire. Lágrimas de marinos que ya no son, por barcos que ya no navegan y amores que ya no se extrañan, ni duelen como antaño. Sus pies danzaban alrededor de aquel bote abandonado a la suerte de las tempestades, sintiendo al mirarlo una paz absoluta, un recuerdo que nacía del pecho. Miró hacia aquel faro olvidado a su suerte, descascarado y sucio, pero en pie. A lo lejos podía ver la silueta de un hombre pescando con una red que la arrojaba a las olas.
El bote en sí le traía recuerdos, confusos. Mesclados con dolor y alegría. Una historia antigua, sin contar. Aún era joven, la lejanía del amor y el olvido todavía no mellaban su espíritu. Sus dedos recorrían todas las marcas en la madera de ese bote perdido en la vastedad de la arena, casi insondable en esa playa perdida de la mano de Dios. Había un nombre tallado rústicamente en un costado, “Asad” decía. Le gustó el nombre, sonrió sin motivo y su corazón se calmó totalmente y la paz vino a ella, se sentó en la arena y apoyo su espalda en el bote, sobre ese nombre. Asad, le daba vueltas en la cabeza, fruncía el ceño pensando, de donde conocía el nombre. Lo había escuchado o leído en algún lado. Hacía memoria, la frustración le arrancó un par de lágrimas amargas, estaba sensible, la tristeza y la soledad le carcomían el alma. Sollozó de bronca, la furia de no saber de él. Elizabeth dormitó sentada y en esa costa mediterránea alejada de todo soñó con un perro y un faro.
Moreno seguía pescando, ajeno a la mujer que a unos cientos de metros de distancia soñaba con él. Asad “el León” tenía hambre.

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